Buenas noches viajero del tiempo

Buenas noches viajero del tiempo.
Bienvenido a mi mundo, es oscuro, pero se está bien...


miércoles, 31 de agosto de 2016

Lo que ocurrió aquél día

Eran casi las once y media de la noche. Habíamos quedado para tomar unas cañas y, si surgía, iríamos a bailar a algún antro del centro. Tal vez, más tarde, continuaríamos la madrugada del sábado en otro local de la zona tomando la última copa.
Nos encontramos donde siempre. Yo había pasado la tarde fuera del apartamento. Al salir de trabajar, fui directa a un restaurante japonés y, después de disfrutar de unas cuantas piezas de sushi, me dirigí a casa de una antigua compañera de la universidad. Estaba como siempre, risueña y cordial. Charlamos un buen rato, el cual se me pasó volando, tanto que decidimos cenar en su casa. Improvisó unos sándwiches, una ensalada y un par de cervezas. Decidimos quedar más a menudo y no dejar pasar tanto tiempo sin vernos. Me caía bien, sabía que podía confiar en ella y me gustaba la complicidad que seguíamos teniendo después de tanto tiempo. Aún así, sabía que nuestras vidas eran muy distintas y que todo iba a seguir igual. Las dos sabíamos que eso no cambiaría.
- Se me hace tarde - Dije mirando el reloj.
Nos despedimos y caminé a paso ligero al punto de encuentro dónde me esperaban mis amigos. Con ellos sí quedaba más a menudo. Aprovechábamos los fines de semana para vernos hasta bien entrada la noche y relajarnos después de una larga semana de trabajo.

Al cabo de debatir un rato en la calle, uno de ellos convenció al resto de ir al Green. Nos pareció una buena idea empezar nuestra ronda por allí, aunque nos costaría un poco coger sitio. Pero no nos importaba estar de pie. Solo queríamos disfrutar de la noche en compañía de todos nosotros. Me gustaban esas noches. Hablábamos de todo y podía ser yo misma, casi no paraba de sonreír y por mucho que me pudiera el cansancio, no me quería ir a casa.
Conseguimos una mesa sin asientos y colocamos allí nuestras cervezas bien frías esperando a que nos subiera un poco el alcohol a la cabeza y seguir riendo.

Le miré. Le notaba un poco nervioso, no dejaba de mirar el móvil constantemente. Cosa que no solía hacer. Solo lo hacía cuando algo le inquietaba. Busqué su mirada, hasta que encontró la mía. Le sonreí y me devolvió la sonrisa. Bajé la mirada y di un sorbo a la cerveza, aún sonriendo, esperando que nadie se hubiera dado cuenta de la manera en la que le miraba. Todos sabían que habíamos empezado a vivir juntos en el apartamento. La noche anterior habíamos tenido sexo y también dormimos juntos por primera vez en muchos días. Solíamos acostarnos y después cada uno se iba a su habitación, así estábamos más cómodos. Además, algunos días yo trabajaba de tarde y él madrugaba, con ello conseguíamos no despertar al otro. Era más fácil así. Tampoco es que quisiera dormir con él todas las noches, pero algunas echaba de menos su calor, su aliento en mi nuca y sus besos por la mañana. A veces, no entendía por qué no quería estar cerca mío, por qué no quería acompañarme a cualquier lado que le propusiera, o incluso ir a cenar por ahí... Intentaba no pedirle nada para no llevarme otra desilusión más. Supongo que no quería darme cuenta de que su corazón no me pertenecía.
Esa noche me dije que no iba a pensar en él en ese sentido. Sólo quería pasármelo bien e intentar despejarme llenando mis neuronas de alcohol.
Nos estábamos divirtiendo con conversaciones banales sin sentido que me hacían desconectar, cuando decidimos cambiar del local. Pedí mi tercera cerveza. Las chicas me llamaron a lo lejos. Nos separamos un poco de los chicos y se pusieron a cotorrear, mirando de vez en cuando a nuestro alrededor. Yo no podía parar de reír al escucharlas. Podíamos estar hablando de chicos, de cosas del trabajo, de cotilleos varios que yo desconocía, y de repente, tararear una canción hasta cantarla a pleno pulmón mezclando nuestra voz con el ruido de la gente. Yo no podía parar de reír.


Una de ellas tiró de mí para señalarme con la mirada cómo entraba al local un amigo de un amigo que yo casi ni reconocía. Me sonaba su cara, pero no podía recordar quién era.
De repente todos mis sentidos se posaron en otra persona. En él. Estaba yendo a la barra sonriendo. Recorrí con los ojos la barra hasta que me topé con ella. Él se sentó a su lado y comenzaron a charlar después de darse un abrazo. El corazón me dio un vuelco sin querer. Miré a mis amigas. Estaban riéndose otra vez de algo que yo me había perdido, no se habían dado cuenta de lo que acababa de ocurrir y de mi rostro desencajado. Volví a mirar hacia la barra, esta vez, más disimuladamente. Estaban muy cerca, a penas unos centímetros separaban sus labios. Estaban hablando animadamente de algo que me hubiera gustado saber. La miré detenidamente. A su lado me sentía insignificante y no entendía porque ella producía ese sentimiento en mí.



Me dije a mí misma que no me importaba, al fin y al cabo sólo estaban hablando, eran amigos y se llevaban bien. Además, a mi tampoco es que me interesara tanto él o lo que hiciera con otras... Me intenté convencer de que no éramos nada y que podía hacer lo que quisiera.
Continué hablando con las chicas sin que se me notara absolutamente nada de lo que pasaba por mi mente. Volvimos con los chicos, y yo de vez en cuando, echaba una mirada rápida hacia ellos. Parecía que todo seguía igual, suspiré aliviada.
Entonces, al momento, uno de mis amigos alzó la mirada y dijo alzando la voz entre el ruido del gentío: ¿Pero qué está pasando?
Mi corazón aceleró con fuerza y entre la penumbra vi cómo él le susurraba algo al oído, ella dejaba de sonreír y entonces él le acarició dulcemente la cara y fue a darle un beso en los labios. Ella le apartó y giró la cabeza. Le dijo algo que no pude entender y se fue casi corriendo del local. Vi como se quedó unos segundos con la mirada perdida en la barra, pensativo, y a continuación, se levantó de un salto y fue directo a la puerta a la misma velocidad con la que había salido ella.



Nos quedamos perplejos, entonces todas las miradas se posaron en mí. Sentí desfallecer. Todo el grupo me miraba incrédulo, como si yo fuera consciente de lo que estaba pasando entre ellos dos. Yo tampoco entendía nada y les miré desconcertada, entonces comprendieron que yo no sabía lo que sucedía y apartaron la mirada, incómodos.
- ¿Vas a ir tras él? - Me preguntó uno de ellos.
- Tiene que estar destrozado. - Dijo otro.
- No tienes por qué ir. - No sabía que hacer, estaba muy confundida.
- Creo que... iré - Dije a media voz, y me despedí sintiendo sus miradas de aprobación clavadas en mi espalda mientras abandonaba el local.
Al salir, apresuré el paso, miré de un lado para otro. Estaba lleno de gente y no le encontraba. De pronto, oí un coche acelerar. Era el suyo. Salí a la carretera y corrí tras él pero no me vio y continuó acelerando. Cada vez se iba alejando más y terminé rindiéndome. Cuando recuperé el aliento, volví andando a casa pensando cada vez con más detenimiento lo que había ocurrido y sin saber qué le iba a decir cuando llegara al apartamento.
Al final, desistí y decidí volver a casa sin más, meterme en la cama y no pensar en el asunto. El tiempo bastaría para resolver todo. Además yo no podía ayudarle. El amor que sentía por esa chica nunca lo llegaría a sentir por mí. Seguía diciéndome a mi misma que me podría haber quedado en el local. No iba a querer hablar conmigo esa noche, debería dejarlo sólo, que reflexionara sobre lo que había pasado. Qué la chica a la que amaba, le acababa de rechazar y yo no tenía nada que hacer ante eso. Tampoco iba a ir tras él curándole las heridas. Tampoco lo necesitaba. Ya era mayorcito, y seguro que se lo esperaba de alguna manera u otra. Además, no quería entrometerme en sus asuntos. Yo solo era una amiga, una compañera de piso, tan solo una chica que de vez en cuando satisfacía su deseo sexual... nada más.
Mientras metía la llave en la cerradura, pensaba qué le iba a decir. Un "¿Qué tal?" sería demasiado evidente... Decidí dejar de rallarme y ni siquiera pasar a saludar para que supiera que había llegado. Seguro que oiría la puerta cuando entrase y querría estar solo. Mejor que no me viera, podría molestarle y esa noche seguro que lo que menos le apetecía era hablar o tener sexo, que era casi lo único que hacíamos.
Me limité a entrar en mi habitación y me puse el pijama. Ni me molesté en quitarme el maquillaje. Me acosté en la cama. Sentía su presencia cerca y a la vez lejos. La luz se su cuarto se colaba por debajo de la puerta, dejando entrever que seguía despierto. Cerré los ojos, y suspiré, cansada de pensar que estaría pasando por su cabeza ahora mismo. Pasó un rato y seguía con la luz encendida. Pensé que se había olvidado de apagar la luz y se había dormido.
Me acerqué lo suficiente a la puerta como para oír algo de ruido. Entonces me alejé de puntillas de vuelta a mi cuarto, poniendo cara de situación. Me senté en la silla del escritorio y abrí el ordenador. Me había dejado el Spotify abierto. Me quedé ensimismada mirando la pantalla... entonces se me ocurrió una idea. Tal vez no podía hacerle feliz. Tal vez no podía hacer que me quisiera tanto como en realidad le quería a él. Pero a lo mejor, después de lo que había pasado podría hacerle sonreír un poco. Hacerle olvidar durante unos minutos. Hacerle ver que me importaba. Que, por un momento, pudiera comprender que no estaba solo. Iba a acompañarle tan sólo un poco y luego me iría a dormir.

Cogí el ordenador y entré decidida a su habitación sin llamar, como solía hacer. Deje el portátil sobre su mesa.
- Hola. - Pude decir.
- Hola. - Se sorprendió al verme - Pensé que seguirías allí con estos.
- No. - Dije mientras daba doble click sobre una canción y comenzaba a sonar - Ya no.
- ¿Y eso? Te lo estabas pasando bien... - Me miró curioso.
- Qué va. - Contesté con toda la convicción que me fue posible. - Tampoco era para tanto.
Me miró de una manera que no podría describir. Su significado era indescifrable para mí. Luego dirigió su mirada al ordenador y volvió a mis ojos de nuevo, extrañado.
- ¿Bailamos? - Dije sonriendo, desvaneciendo todas sus dudas.
- ¿Ahora? - Se quejó. Le tendí las manos manteniendo la sonrisa como pude y él no pudo rechazar mi petición.
Me cogió las manos y comenzamos a balancearnos de un lado para otro. Nos miré. Era gracioso. Ambos íbamos en pijama y de repente me sentí ridícula al ver mis calcetines peludos de conejito. Comencé a reírme. Él también se rió contagiado al comprender el por qué. Entonces, para hacerlo más ridículo aún si pudiera, comencé a hacer caras de sentimiento imitando al cantante. Estaba sonando Angels de Robbie Williams. Era una balada perfecta para aquél momento. Cuando paramos de reír, ambos sonreímos y rodeé su cuello con mis brazos y él puso sus manos rodeando mi cintura. Nos quedamos mirándonos mientras nos movíamos levemente al ritmo de la música. Luego, apoyé la cabeza en su pecho y cerré los ojos, el me abrazó un poco más y seguimos meciéndonos durante toda la estrofa. Cuando volvió a sonar de nuevo el estribillo me separé de él con delicadeza y comencé a cantar en voz alta y daba alguna que otra vuelta con su mano. Él no paraba de sonreír y yo me sentí triunfante.


Cuando la canción estaba a punto de acabar, nos abrazamos por última vez. Di un paso atrás y después de un giro de baile que intentaba parecer algo artístico, hice una leve reverencia aguantándome la risa. El se rió y me imitó también con otra, agachando la cabeza.
- Ha sido un placer haber bailado con vos, mi señor.
- El placer es mío, mi señora.
Le miré con esa mirada de complicidad que teníamos. Me gustaba mucho. Me di la vuelta y regresé a la habitación. Sentí su mirada en mí mientras me marchaba. No me dio las gracias por ese momento. No lo esperaba y ni hacía falta. Yo sabía que le había gustado tanto como a mí. Que había conseguido olvidarse de todo durante 4 minutos y medio. Que le había sacado una sonrisa y que había logrado que se sintiera un poco mejor. Con eso me bastaba.
Cerré la puerta de mi habitación, imaginando que en poco tiempo se quedaría dormido y podría ir a escondidas a darle un beso. Pero eso no ocurrió. Me quedé tirada en la cama escudriñando el techo intentando no pensar en nada para quedarme dormida...


sábado, 27 de agosto de 2016

Colores

Soy el rojo de la rosa, de las flores que tienes en el suelo de tu habitación. Y soy el gris del fantasma que se esconde entre tu ropa detrás de la puerta del armario. Soy el verde de la hierba que se dobla hacia atrás por debajo de tus pies. Y soy el azul del horizonte que ves desde tu ventana, donde el final del mundo y los tejados se encuentran. Soy el negro de las letras del libro que intentas memorizar. Y soy el naranja del revestimiento de las páginas que no paras de mirar. Soy el blanco de las paredes que absorben todo el sonido cuando no puedes dormir. Y soy el color melocotón de la estrella de mar en la playa, que desearía que las aguas del puerto no fueran tan profundas.

Si me cortas supongo que sangraría los colores de las estrellas del atardecer... Siempre voy a encontrar tu mirada cuando estamos perdidos en la fase tecnicolor.


viernes, 26 de agosto de 2016

La rima del viejo marinero


Era una vieja leyenda que un día estuve dispuesta a contar. Ahora las palabras se me quedan cortas y me sobra paciencia. Ya no me ilusiono tanto por narrar estas cosas como antes. Ya no me infunde alegría cantar. Porque sé que no cambia la vida de nadie. Entonces ahora prefiero guardar todo lo que haga para mí misma. Ya no me gusta todo aunque lo parezca. Y muchas cosas me han dejado de resultar interesantes. Tal vez, la esperanza es lo único que más tardará en desaparecer. Porque la ilusión por los pequeños detalles se ha ido apagando y ya mi estómago no se encoge al mirar al universo. Pero, la rima del viejo marinero, se merece un sitio en mi mundo oscuro. Un mundo que es sólo para mí...

Se encontraron en una boda. Él, impasible, se dirigió a uno de los invitados y sin siquiera preguntarle, comenzó a narrar su vieja historia...
Se hicieron a la mar, soltaron las velas, alzaron su bandera al viento y, valerosos se adentraron en las profundidades de lo desconocido. El océano era inmenso, inspiraba respeto y a la vez grandeza y belleza. No sabía que les depararía el destino. Aún así, continuaron su viaje.
El capitán, alto y fuerte, para presumir de su bravía, lazó una flecha con su famosa puntería y acertó en el corazón de un albatros que por allí volaba sin rumbo alrededor de la gran barca. Algunos de los marineros vitorearon la hazaña de su capitán, otros en cambio, le blasfemaron con una mueca de disgusto alegando que matar a un albatros era un presagio de mala suerte.
Al día siguiente, el viento dejó de soplar. Todas sus provisiones fueron devoradas por unas ratas polizontes y los demás alimentos se pudrieron. Toda la tripulación estaba desesperada... Empezaron a pensar que todas esas catastróficas desdichas eran fruto del asesinato del ave. Repudiaron al capitán a la bodega echándole la culpa de lo ocurrido.
El viento seguía sin aparecer, las velas no se movían apenas. Estaban en medio del océano, sin comida y sin esperanza. Iban a morir.
Entonces vieron un barco negro a lo lejos. Apareció entre la densa neblina. Los tripulantes de aquél barco eran personas sin alma, su carne muerta había dejado entrever sus huesos y su mirada estaba vacía. Entonces, apareció la muerte. Los marineros asustados guardaron silencio. La madera del barco estaba carcomida por el tiempo y las algas proliferaban en toda su extensión. Las velas estaban mojadas, parecía haber salido de las profundidades del océano. La muerte se dirigió a los marineros y les retó a jugar a los dados con ella. Todos perdieron y la muerte se los llevó. El capitán fue retado a jugar por la muerte en vida, y ganó. Al vencer a la muerte, consiguió vivir. Pero sin alma. Una muerte en vida. Para siempre. Como castigo por matar al albatros, le obligó a colgarse al ave al cuello. El barco fantasma desapareció en las tinieblas. Y se quedó en su barco, junto con toda su tripulación muerta y el albatros colgando de su cuello. Entonces partió a llorar, y se arrepintió de todo lo ocurrido.
Entonces, para su sorpresa, comenzó de nuevo a soplar el viento. El albatros se desplomó contra el suelo al desaparecer la cadena que lo sostenía en el cuello del capitán, ya que la maldición había terminado. Llegó entonces a un pequeño acantilado donde saltó al agua y nadó hasta la playa. Allí, exhausto, un ermitaño le encontró y permaneció a su lado hasta que recuperó el aliento. Le contó lo ocurrido y el sabio ermitaño le dijo que, a partir de ese momento, tenía que ir vagando contando su historia. Para que nadie nunca matara a otro ser vivo de la creación. El capitán, arrepentido de su acto, no volvió a matar ningún ser viviente. Y estaba dispuesto a compartir su historia para siempre durante su no-vida. Pues ahora, él era inmortal, porque la maldición así lo decía.

El invitado de la fiesta no dio crédito a lo que escuchó a aquél día. Ensimismado en sus pensamientos, meditó sobre aquella historia y cayó en la cuenta de que el que se la había contado era aquél marinero, el de la maldición, aquél capitán que había matado al albatros. Pero, cuando quiso darse cuenta, ya había desaparecido entre las sombras...



Conocí a la persona correcta en el momento equivocado

Y así fue como, con estupor, me topé con una sombra en el tiempo. No nos saludamos, pero tampoco hizo falta. Me engatusó con promesas de valor y seguridad que no pude rechazar. Entonces me perdí en una canción infinita plagada de notas de dolor, mezclada con melodías de tristeza.


martes, 23 de agosto de 2016

Tormentas


Me acuerdo de las tormentas y de su significado. Era perfecto. En septiembre comenzará a nublarse por aquí... No me importa, al contrario. Además él contribuye a ello. Y yo ya estoy cansada de todo. Aún me acuerdo del estruendo de los truenos. De la intensidad de los rayos. De la luz tintineante de los relámpagos. El sonar de la lluvia al toparse estrepitosamente con el suelo. El fuerte viento que soplaba y movía los árboles. Yo me mantenía indemne e implacable. Permanecía impasible ante tal coloso acontecimiento. Y así continuaré, tal vez, el resto de mi existencia.

Cuenta con ello


Si sólo me dejasen, sólo por un día... estaría feliz con las consecuencias. Con lo que sea que pase esta noche. No debería estar tan seria, malgastando cada noche. El amor debería llevarnos a otro lugar. Todo lo que puedo decir no lo debería decir. Todo lo que he dicho tendría que no haberlo dicho. Pero, ¿todo lo que hemos hablado nos llevará a alguna parte? Aún hay tiempo...
Tú canción suena a nuestro alrededor cuando bailamos. Cada vez que lo hacemos suena. Pero vamos, no está tan mal. Las cosas que pensamos siempre serán lo mismo, no voy a luchar por cambiarlas. No me guardo un as en la manga, cuenta con ello.
No puedo decir que he estado siempre equivocada. Pero tú tienes algo de culpa. El jugar de esta manera no puede funcionar bien. De la manera en que lo hacemos...

viernes, 19 de agosto de 2016