Hoy he echado un vistazo a la Luna. Y creo que me ha devuelto la mirada. En un primer momento he querido simplemente mirar a la oscuridad de la noche, pues sabía que me iba a topar con el negro más puro al mirar al cielo cuando me asomara por la ventana. Las luces de la ciudad impiden que las estrellas puedan brillar con fuerza y su tintineo tan encantador se apaga. Nada más abrir la ventana, el gélido aire se topó con mi cara y mi pelo se elevo ligeramente hacia atrás por la brisa. Respiré profundamente y miré arriba. Sí, me topé con la Luna. No esperaba encontrarla y me fijé en sus facciones. Era increíble. En unos segundos me di cuenta de lo cerca que está. A su lado Venus, brilla con la intensidad de un pequeño Sol a tan solo miles de kilómetros. Y ahora me parece un planeta tan lejano en comparación con nuestro satélite que me entran ganas de llorar. Me siento como si estuviera en la Luna, tan cerca y a la vez tan lejos. Tan sola, tan incomprendida, sin luz propia... Sin enseñar mi lado oculto nunca a nadie. Tal vez no somos tan distintas. Ni estamos tan lejos la una de la otra. Todo es relativo. Sé que volverá la inspiración y con ella un billete para irme allí arriba acompañada de mi soledad y el amor por las cosas bonitas y sueños increíbles (no imposibles). ¿No crees que el universo nos está llamando?
Quiero salir de aquí.
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