Buenas noches viajero del tiempo
Buenas noches viajero del tiempo.
Bienvenido a mi mundo, es oscuro, pero se está bien...
Bienvenido a mi mundo, es oscuro, pero se está bien...
miércoles, 19 de octubre de 2016
La lazarilla de Azira
Todas mis fortunas y adversidades, son tan precisas, pero nunca oídas ni vistas.
Me gustaría contárselo a Usted, porque no quiero que esto quede en la
sepultura del olvido, y que se haga algo al respecto, sin prejuicio y pudiendo
sacar de esta historia algún fruto, pues, como decía Plinio: “no hay libro, por
malo que sea, que no tenga alguna cosa buena”.
Pues sepa Usted que mi nombre es Tabisha. Nací en una pequeña ciudad más o
menos céntrica llamada Vardak, en Afganistán, un país sin salida al mar
ubicado en el corazón de Asia. Mi madre, Sharah murió cuando me dio a luz,
mis abuelos la llamaron así porque ese nombre significa “pura”, “feliz”
simplemente como era ella y, mi padre se llama Yanis, que significa “valiente”,
“descubridor”. Era comerciante y ganaba mucho dinero pero era el hombre
más bondadoso del mundo. Me enseñó cosas increíbles, como leer, escribir,
construir inventos o arreglar cosas. Me mostró ante mis ojos el mundo que
esperaba descubrir algún día. Me demostró lo importante que era la palabra, la
responsabilidad y la solidaridad, aunque, en aquel oscuro tiempo donde la
guerra reinaba sobre toda Afganistán, era difícil comprender todas y cada una
de sus palabras tranquilizadoras y soñolientas que susurraba, llenas de
esperanzas, o historias imposibles, que se colaban en mi cabeza tan rápido
como la caída de los misiles sobre las casas de Vardak.
Aún recuerdo aquella amarga mañana nublada. El sol se escondía en alguna
parte del cielo y éste era como una gigantesca masa de color gris pálido. Abrí
la ventana, una ráfaga de aire caliente me secó los ojos e hizo ondear mi largo
cabello negro. Temblando, bajé corriendo las escaleras y las piernas me fallaron
al ver a mi padre escondiendo, bajo una vieja tabla del suelo de madera: libros,
entre ellos el Corán, alguna joya, algo de dinero, una de las pocas latas de
comida que quedaban, otros objetos de valor y entre lágrimas susurraba una
oración del Corán, que yo ya bien conocía y, mientras, colocaba su alianza en
un cordón negro, hizo un nudo y se lo guardó en el bolsillo del pantalón.
Rápidamente al verme a mí, se apresuró a abrazarme, no hubo tiempo de
palabras, yo ya sabía lo que tenía que hacer. Subí a zancadas a mi habitación,
cogí una pequeña mochila marrón y fui metiendo solamente lo necesario y lo
imprescindible, recordando las enseñanzas de mi padre: “algunas cosas que
aprecias has de dejarlas atrás, pero luego volverán a ti”.
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