A veces hay que morir para renacer |
Contemplé en medio de la oscuridad de la noche, una calavera formada por una neblina de nubes grises que me indicaba el camino. Me dio una pista sobre las respuestas que siempre quise saber. La miré con recelo. Comprendí entonces que esa fuerza interior mía tan poderosa era tan sólo una ilusión y eso me desesperaba aún más. Me mantuve firme mientras me sostenía la mirada, luchando con aquellos ojos vacíos y fríos y yo, en cambio, le lanzaba una valiente y férvida, pero a la vez, frágil.
Lo que no sabía nadie y lo que sólo yo comprendía, era que en la pelea no había guerreros ni batallón, estaba sola. La lucha era conmigo misma. Y eso era lo que más dolía de todo.
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