A veces me acuerdo de las mariposas. Recuerdo cómo, un día, las dejé ir para siempre.
Siento que el final está por llegar, me acecha silencioso, esperando su turno. Simplemente te alcanza un día cualquiera. Y, la verdad, pienso que podría detenerse un instante, sólo un momento, para dejarme descansar. Tampoco sé si el tiempo me entenderá, si tendrá piedad de mí. No seré la primera a la que haya rechazado.
Sonreí, porque no me quedaba otra. Me devolvió la sonrisa, traviesa y sagaz. Mi mirada cómplice se posó en las agujas del reloj, que, irónicamente, empezaron a girar a un ritmo abrumador. Y entonces pensé: tal vez esto, para mí, nunca tenga fin. Pero no puedo pedirle a las mariposas que se queden conmigo para siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario