El mundo entero cambió tras la primera bocanada de aire. Entró súbito y cálido en mis pulmones y, según iba bajando, el agua se tornaba cada vez más fría. La luz del sol del amanecer se colaba por la superficie coloreando mi piel con destellos. La profundidad era cada vez mayor, tanto que, al mirar hacia arriba parecía que estaba volando. Y allí, flotando en medio de la nada, rodeada de silencio y burbujas, sentí eso que llaman felicidad.

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