Me da por pensar cuando aún no ha amanecido. Intento explicarme por qué es así. Tenemos problemas al entendernos, a veces parece que hablamos idiomas diferentes. Llevo bien esta mala comunicación, pero a veces es inevitable ponerse triste.
Cuando quiero mirar al cielo me pone una sombrilla. Cuando quiero mirar abajo me abrocha las zapatillas. Pero no entiende que me gusta que el sol se pose sobre mi piel y que la arena me cubra los pies.
Cuando me da los buenos días, aquí son las 11 de la noche. Cuando le doy las buenas noches, allí es por la mañana. Nuestro horario es distinto.
Cuando le digo claro, él prefiere oscuro. No nos ponemos de acuerdo.
Intento medir el ritmo de sus palabras. Siempre estoy disponible para sus locuras. Niega, asiente. Yo ya no sé qué pensar. ¿Será que está tan confundido como yo? Pero él y yo sabemos que no lo vamos a intentar.
Me hace cosas que luego pide. Le sobran cosas que luego hace. ¿Cuándo sé que debo hablar? ¿Cuándo sé qué debo hacer? Si doy el primer paso corro el riesgo de caerme. Pero si lo da él, luego me da la mano.
Tenemos diferentes maneras de querernos.
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