Archivaba sentimientos como si fueran chats. No recuerdo si estaban ordenados por letras o por colores en las carpetas. Abría los grandes cajones y los volvía a cerrar con llave cuando quería. Al salir, me aseguraba de echar el pestillo de la puerta.
Un día como otro cualquiera, fui a buscar uno. Giré el pomo con cautela y respiré hondo antes de entrar. No lo podía creer, para mi sorpresa todo los sentimientos estaban esparcidos por toda la habitación, los enormes archivadores estaban en el suelo, rotos. Como si hubiera pasado un huracán. Como si una bomba hubiera explotado ahí mismo, en el centro de mi corazón. Abandoné la estancia, no sabía qué sentir ni cómo buscar ningún sentimiento. Estaba todo desordenado. Yo estaba desordenada. Tampoco tenía fuerzas de arreglarme. Estuve un tiempo sin volver, sintiéndome como un fantasma sin rumbo, sin emociones. Sin respuestas.
Hasta que un día todo cambió. Algo dentro de mí se revolvió. Volví, y sin quererlo, descubrí algo extraordinario...
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