Si mi corazón no es suficiente, quizás ha llegado el momento de empezar a escucharle. Intento desentrañar por qué se repite en mi mente, como un eco, las mismas preguntas de siempre. El que habita en las montañas, ese que guarda todas las respuestas, me observaba intrigado cada tarde que iba a buscarlo.
Yo miraba cada tanto a su gato de reojo, como si en sus ojos pudiera encontrar alguna pista. Le soltaba mis preguntas sin rodeos, impulsiva, esperando que él dijera algo... cualquier cosa que rompiera mi incertidumbre. Pero aún no me atrevo a volver a verle. Su mirada, cargada de una certeza que no entiendo, me incomoda. Quizás no me he ganado todavía sus halagos.
Él siempre supo que las respuestas estaban en mí. Por eso nunca me dijo nada. Y a estas alturas de la vida lo he descubierto. Maldito sabelotodo.

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