Sentado sobre la silla de madera del porche, lo observé pacientemente, esperando a que me diera una respuesta. Estaba tranquilo. El crepúsculo jugaba con su pelo castaño, que rebosaba de reflejos dorados. Lentamente, alzó la cabeza y posó su mirada en las nubes del atardecer, buscando alguna estrella ya aparecida en el cielo, pequeña e impaciente, como yo. De repente, fijó sus ojos oscuros en mí. Yo rebosaba de admiración y, probablemente, me ruboricé un poco cuando me susurró con curiosidad:
—¿De verdad quieres saber la respuesta?
—Sí. — Respondí decidida.
Su media sonrisa me tranquilizó un poco. El gato que ronroneaba en su regazo, distraído con algún ave que pasaba de vez en cuando acompañando a la brisa del anochecer que se aproximaba, bostezaba ausente a nuestra conversación. Por un momento, deseé ser ese gato. Libre, despreocupado, ajeno a todas esas circunstancias en las que se encontraba ahora mi corazón. Nos quedamos un rato sumidos en un mar de silencio. Contemplamos las estrellas durante toda la noche y el paisaje gris que se mostraba ante nuestros ojos. Una única pregunta rondaba mi mente... pero él nunca me dio una respuesta.

No hay comentarios:
Publicar un comentario