Pero si te soy sincera: es un sentimiento repugnante, el vacío de mi interior me recibe al llegar a casa y lo escondo entre las catacumbas de mi estómago para que se quede ahí, bien encerrado. Lo entierro muy profundo en ese agujero infinito para poder levantarme, ducharme, vestirme, y así, poder volver a todos los sitios donde solíamos ir y tacharlos de una lista imaginaria. Me pasaré meses y años buscando a alguien que me diga lo que mi corazón desea oír y, después de soñarlo un millón de veces, susurraré que habrá sido el viento.

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