La tristeza es vaga, profunda, sosegada y permanente. Nacida de algún lugar de la mente, que hace que quien la padece no encuentre nada gustoso o divertido para hacerla desaparecer. Esa dulce, pero a la vez amarga melancolía anda suelta estos días por mis venas y no sé cómo frenarla; cuando llega no hay quien la pare. Siempre aparece sin previo aviso, como la lluvia de una tormenta de verano o los primeros rayos del sol del amanecer. Sus visitas repentinas e inoportunas me traen por el camino de la mismísima amargura y me pesa hondo en el alma. Lo peor es la incertidumbre de su estancia, ¿cuánto se piensa quedar esta vez? Quizás, ya que está por aquí, le pida al menos que me ayude a escribir...
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