Todas las historias de Rina, la niña más pequeña del grupo, volaron por mi mente como saetas fugaces. Me gustaron los finales felices de buenos y malos, los tesoros, los planetas, las sonrisas, todas esas luces... A ese mundo genial de las cosas que dijo, no le faltaba amor, verdad ni matices. Ella vive en esos castillos plagados de dragones, guerreros y príncipes con suerte en el amor y gran manejo de la espada. En realidad, todo en lo que se crea puede llegar a ser cierto de alguna manera.
Contemplé su pequeño rostro y esos ojos vivaces. Le dije que un día podríamos ir a la Luna si ella quisiera. Parecía estar emocionada. La fortuna siempre vuelve y podría conseguir unos billetes para que pisara su árida tierra, ver las millones de estrellas y así conmoverse, al igual que me pasó a mí cuando estuve allí una vez.
- Ya no me puedes perder. Me debes un viaje a la Luna - Me dijo sonriendo. Y me di cuenta que no quería perderla.
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