Doy mil vueltas con la tabla sobre las nubes y me caigo una y mil veces. No me siento muy orgullosa de mí misma sabiendo que soy la más torpe del grupo. Me estoy esforzando, pero aún así me siento una carga para todos. Antes de lanzarme, susurro al aire: "1, 2 y 3... ¡fácil!" y al final me estampo contra el suelo. Los niños se ríen pero les caigo bien, o eso creo. Me enseñan técnicas y trucos, a pesar de no conseguir ver las olas, confío en ellos. En cambio, él no es tan benevolente conmigo. Se nota a la legua que no le gusto. A mí él tampoco... pero debo de reconocer que se está involucrando más de lo que le gustaría y me ayuda todos los días. Incluso, estuvo a mi lado esa fatídica noche, cuando estuve a punto de rendirme. Me regaló un colgante de una caracola preciosa y me susurró: "Sigue el sonido de la caracola para nunca más dejar de creer". Colocó la caracola en mi oído, cerré los ojos y escuché las olas. Sé que primero tengo que sentirlas antes de poder verlas... algún día me dejaré caer entre las nubes y lo conseguiré.
No me rendiré. No voy a volver a hacerlo. Prometido.
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