Todas las noches podían
sentir el goteo de la cera líquida, cómo caía
y se condensaba a los lados de la vela, dejando ver unas lágrimas
blanquecinas y brillantes que poco a poco se iban convirtiendo en una pequeña
obra de arte. Observaba constantemente la luna llena por la ventana y escuchaba
los sonidos del bosque a lo lejos y recuerdo que me preguntaba qué secretos
escondería el manto de oscuridad que lo cubre y, de vez en cuando, me dejaba
cautivar por algunos destellos púrpura que parpadeaban entre la neblina de la
noche. En aquella época mis pensamientos volaban por mi mente como almas
vagantes que normalmente los dejaba escapar de mi cabeza y los plasmaba sobre
un lienzo, llenándolo de colores y formas. Poco después se fueron perdiendo y
esas almas se introdujeron en algún rincón de mi mente dónde aún residen,
envueltas en oscuridad perpetua sin querer salir a la luz…
Hace ya años que no
me duele la muñeca derecha de pintar, me limito a ver los cuadros que ya he
pintado, les busco un lugar en el pasillo o los enmarco, pero nunca me dirijo
hacia el estudio donde reposan mis pinceles, ahora llenos de polvo y telas de
araña imperceptibles. Recuerdo mañanas, tardes y noches pintando en una gran
estancia llena de agradable soledad, con la mirada perdida en algún punto del
cuadro, con la frente a punto de explotar, intentando descifrar lo que mi
extraña mente me decía que debía pintar. ¿Minutos? ¿Horas? ¿Días? ¿Cuánto
tiempo utilizaba en reflejar todo lo que necesitaba transmitir? Me desahogaba
describiendo con pintura los relieves y los reflejos del bosque, además de un
lago infinito que se abría paso por la espesura de las ramas de los árboles.
Dibujaba destellos púrpura sobre él y me imaginaba a los peces brillando
intermitentemente bajo las aguas... La soledad se clavaba más en mí como un
clavo y, aunque fuera doloroso a veces, me acostumbré al dolor. Cada vez más, mis cuadros se llenaban de
oscuridad, de misterios y enigmas indescifrables incluso para mí. ¿Sería la
inmensa soledad a la que me mantenía agarrada o simplemente con la edad mis
pensamientos habían cambiado de color?
Al cabo de unos
meses de catastróficas desdichas comprendí porque había abandonado la pintura y
porqué los pocos cuadros que pintaba obtenían un color gris azulado con fuertes
contrastes negros.
La respuesta
era: La escritura. Me había cautivado
por completo, llevándome muy lejos. Me refugiaba en los libros. Yo no los
elegía a ellos, sino ellos a mí. Me enamoré de los libros y me pasaba horas
explorando sus recónditos secretos, las palabras fluían construyendo en mí un
mundo nuevo lleno de magia, me excitaba conocer nuevas historias. Entonces
empecé a plasmar los sentimientos en papel, mis propias historias. Mis manos
fueron de nuevo mi salvación. O mi nueva locura. Por eso dejé a un lado mis
pinceles durante un largo tiempo y me
dediqué a escribir mi propia pintura.
AleBlack.
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