Cuando nací, lo primero que hice tal y como hacen todos los niños fue llorar, por instinto. A continuación, después de reanimarme (ya que nací con hipoxemia severa), me colocaron sobre el pecho de mi madre. Allí, bajo su protección, su calor y escuchando los latidos de su corazón, mi cansado cuerpecillo cayó rendido al sueño. Cuando despertí lo primero que reconocí fueron las voces de mis padres y por fin, pude percibir sus rotros con algo de claridad... En ese momento nació en mí la alegría. Cuando me dejaron en la cuna y me separé de los brazos de mi madre, nació en mi la tristeza que me hacía llorar desconsoladamente. Afortunadamente siempre llegaba la alegría a tiempo y no podía dejar de sonreír a todos mis familiares y amigos...
Cuando comencé a crecer, empezaron a haber cosas que no me gustaban... como las verduras!! Entonces nació en mi el asco, que me salvaba de intoxicarme con el maldito brócoli. Más tarde comprendí, que el fuego quemaba, que los enchufes eran peligrosos y que saltar desde mi cuna no era una buena idea... Entonces nació el miedo. Tampoco tardó en aparecer la ira, que me hacía enfadar cuando no me compraban ese peluche tan maravilloso, cuando me regañaban o cuando me obligaban a comerme todo lo que había en el plato.
Mis cinco emociones principales: Alegría, Tristeza, Ira, Miedo y Asco formaban un consejo de administración en mi cabeza que iban tomando las decisiones con las que me enfrentaba cada día de mi vida. Al mismo tiempo, se iban formando los recuerdos. Algunos se quedaban en la memoria a corto plazo y se me olvidaban en unas semanas. Otros se dirigían hacia la memoria a largo plazo. En cambio, los recuerdos esenciales se quedaban para siempre en mi memoria: formando mi personalidad. A medida que se iba formando mi personalidad, los recuerdos (buenos y malos), se acumulaban en mi memoria. Otros se iban a parar al subconsciente (como el camino del cole hacia mi casa, que muchas veces hacía casi sin darme cuenta) y otros iban desapareciendo (como el tema 4 de sociales tan aburrido). Es curioso como los recuerdos iban formando cómo soy, mi forma de ser, priorizando las cosas más importantes: familia, amistad, hobbies y mis tonterias. La imaginación ocupaba otro lugar importante en mi mente.
Todo era perfecto. Casi todos los días de mi vida brillaban, porque estaban cargados de alegría. Pocas veces sentía miedo, asco, ira, ni siquiera tristeza. Casi todos mis recuerdos eran alegres.
Aún recuerdo el día que todo se vino abajo... Todos mis recuerdos esenciales se desvanecieron. La alegría se perdió por alguna parte y no volvía. La tristeza también había desaparedo. ¿Qué había pasado conmigo?
Todo empezó a derrumbarse. Ya no quería jugar, ni hacer el tonto, ni cantar. No tenía ganas de hablar ni ver a nadie entonces la amistad se desplomó. Y como dejé de cantar, dejé a un lado la guitarra, ya no pintaba, tampoco escribía... Incluso comencé a odiar a mi familia. Sólo sentía ira, mucho miedo, y estaba muy disgustada con el mundo.
Llegó un punto que exploté, no pude con el mundo. Entonces comencé a llorar desconsolada, y la tristeza reapareció. Estuvo allí manteniendome viva, haciendo que escribiera canciones, relatos, y plasmara en mis cuadros todas esas emociones tan deprimentes. Me acompañó, me acunó mucho tiempo. Por eso mi mundo oscuro apareció por aquí...
Gracias a Tristeza, mis padres comprendieron mi sufrimiento y vinieron a consolarme, junto a ellos mis amigos. Eso hizo que sintiera una pizca de felicidad, entonces la alegría apareció de nuevo. La volví a sentir levemente en mi cabeza y poco a poco se iba apoderando de todo mi cuerpo. Otra vez. Esa sensación me llenó por dentro y entonces comprendí haciendo una mueca de satisfacción: sin la tristeza no habría podido encontrar a la alegría :)
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