“¿Nos podremos ver en los sueños?”, me contestaste que sí. Entonces, cada vez que sueño contigo me vuelvo a preguntar si tú también me ves a mí. Aunque sé que no quieres verme, porque hace mucho tiempo te rompí el corazón y borraste las fotos.
En realidad, te entiendo. Nunca me han roto el corazón, pero me lo he destrozado a mí misma un montón de veces, y sé lo que se siente. Quizás hasta duele más cuando te lo rompes a ti mismo una y otra vez, que cuando te lo quebranta otra persona. A esa persona la dejas ir, el tiempo pasa y sientes cómo las heridas sanan. En cambio, de la otra manera, sabes que siempre vas a tener que convivir con quien te hace daño sin parar: tú, contigo mismo, para siempre.
Ojalá me vieras ahora: lo mucho que he cambiado y lo que he crecido. A veces siento que me estanco, que sigo igual, que todo ha sido una fantasía de las mías, una de mis ilusiones o de mis ideas increíbles, ¿lo recuerdas? Pero la realidad es que todo es diferente. El presente no es como lo imaginé, no acerté en casi nada, y ahora sonrío, melancólica. Me fascina cómo han acabado las cosas, y no me puedo quejar, la verdad.
Pero en algo no he cambiado: mi esencia sigue ahí. En mis ojos sigue brillando algo que no sé describir. Continúo romantizando la vida, ilusionándome por las más pequeñas tonterías y sigo acordándome de ti “en veces”. Ya sabes que me gusta soñar despierta y regocijarme en los recuerdos del pasado; en eso tampoco he cambiado. Miro hacia arriba porque, como bien dijiste un día, ves otras cosas que no se suelen ver si vas mirando al suelo.
Si te soy completamente sincera, también pienso en los aviones y me pregunto siempre a dónde irán… pero eso lo escribiré otro día.

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