Hoy he tenido otra vez la misma pesadilla. No quería mencionarlo ayer, pero se repite y se repite. Ayer soñé que me mataban. De una manera muy horrible. Me disparaban en la espalda, unos 20 tiros aproximadamente. O más. Los disparos no dejaban de retumbar en mi cabeza y las heridas no paraban de sangrar. La sangre que se deslizaba por mi ropa era muy roja, llena de oxígeno, procedente de las arterias principales y vitales. Mi piel estaba destrozada y alrededor de los agujeros de las balas estaba necrosada, un color negro lleno de carbón que ardía a la vez que dolía. Es curioso, estaba en mi espalda pero podía verlo. Mi agresor, se reía a carcajas detrás de mi, no he podido descubrir quien era. Tal vez sea un invidividuo más de mi invención. Su asesinato parecía que no se daba por acabado, pues seguía disparándome, esta vez a la cara y ya no me quedaban fuerzas para esquivar las balas que venían a toda velocidad, aunque a veces podía contemplar como corrían hacia mi a cámara lenta. Lo que me sorprendía era que no moría, y eso me inquietaba. Pero dolía.
Esta noche, he soñado que me mataban otra vez. Y esta vez en cambio, la muerte era mucho más horrible y sangrienta. Mi malvado asesino (que no sé si era el mismo del sueño anterior), cogía un afijado cuchillo y me arrancaba la piel a tiras. De todo el cuerpo, empezando por las piernas. Yo no me podía mover, y gritaba y gritaba... Él hacía su trabajo y continuaba deshojandome capa por capa, conviertiendo algunas partes de mil piel en una bella flor, llena de colores intensos: rojo y rosa. Brillaba fervientemente mi piel macerada y hemática. Acabé en un charco de sangre llorando, viendo como mi cuerpo iba perdiéndo cada vez más su volumen y vitalidad. Lo curioso es que no moría.
No moría... Pero dolía.
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