Creo que todo empezó en el instituto. Nuestra profesora infló un globo y escribió dentro “autoestima”, y lo pegó en la pared. Nos explicó que todos nosotros éramos como el globo; si nosotros no tuviéramos nada de autoestima, seríamos lánguidos, pequeños y tristes. Todo el mundo parecía realmente inspirado, pero esa descripción no encajó conmigo. Viendo ese globo en la pared desinflándose cada día un poco más y marchitándose… parecía que la autoestima no hacía más que hacer a la gente verse falsamente grande durante un ínfimo espacio de tiempo. Pero nadie parecía darse cuenta. Todos ellos continuaban con sus cortas y pequeñas vidas, hinchando su autoestima, pero volviéndose más y más pequeños cada día. Por eso, a las personas que más odio son a aquellos idealistas que piensan que pueden cambiar el mundo. Detrás de todas esas grandes ideas de una vida mejor, pienso que ellos sólo están desesperados por ser recordados. Desesperados por mantener sus marchitos globos llenos, para sentirse importantes.
Pero las cosas nunca cambian. No importa lo duro que luches, apenas llega a marcar la diferencia. La vida de una persona es tan solo una gota de agua minúscula en un cubo. Mucha gente piensa que soy un verdadero pesimista porque pienso de esta manera. Pero realmente no me importa en absoluto. Es más fácil vivir la vida sin tener que preocuparme por cambiar el mundo. De esa manera, puedo concentrarme en lo que quiero y me gusta, como mi música y mi fotografía.
Las fotos que hago y las canciones que compongo, durarán más de lo que duraré yo. No es que me importe. Todo lo que fotografío es naturaleza. Cosas que serán iguales siempre, que nunca cambiarán al final de los tiempos. En cambio, odio fotografiar a gente. Odio a la gente que salta delante del objetivo, que corre alrededor y ondean sus brazos, desesperados por ser filmados o capturados en una foto para ser recordados… No hay forma, nunca fotografiaré cosa tan inútil como eso. Cuando la gente muere, ellos se han ido, y ya está.
Esta ciudad no es muy grande, pero hay muchos lugares lejanos escondidos en los que siempre encuentro algo nuevo para explorar. Hoy he encontrado este lugar, un pequeño parque rodeado de árboles y un edificio de un viejo colegio. No parece ser un lugar especialmente bueno para fotografiar. Pero al menos no hay mucha gente merodeando por aquí…
Fui aquel día con mi cámara a unos arbustos cercanos para ver la luz de la tarde, el sol estaba aún lo suficientemente alto para hacer algunas fotos decentes. De repente, escuché algo, ¿qué era ese sonido? Algo detrás de aquellos arbustos se estaba moviendo. Me arrastré hacia delante, con la cámara justo enfrente mía, como si fuese un escudo que me fuera a proteger de algo que fuese a saltar sobre mi. Considerando lo mucho que costó esta máquina, probablemente no lo utilizaría como tal y no me importaría llevarme el golpe.
Era una chica. ¿Qué estaría haciendo allí? Estaba… ¿llorando? Retrocedí unos pasos. Si una chica estaba usando ese lugar como “su lugar secreto de llorar”, no quería formar parte de él. Pero el sonido del llanto parecía más como… gatos…
- Oh, ¡hola!
La chica alzó su mirada hacia mi con una sonrisa, y me di cuenta que estaba acariciando a un pequeño gatito en la cabeza. Dos gatitos más estaban rondando a su alrededor, junto a ella. Ellos debían ser el origen del ruido que escuché.
- Ehh… Buenas. Perdona por molestarte, ya me voy.
- No eres ninguna molestia. Quédate. – me dijo.
El gatito que estaba acariciando bostezó perezosamente y se restregó contra su mano de nuevo. Entonces ella sacó una galleta y se la ofreció al gato, él la olisqueó y a continuación la comenzó a morder con sus pequeños y afilados dientes.
- Galletas. Las hice esta mañana.
- Parece un desperdicio dárselas a un puñado de gatos.
- No, vale la pena. – Dijo con una media sonrisa
- Ellos van a morir de todas maneras, ya sabes. Los gatos callejeros no suelen sobrevivir mucho tiempo en las calles.
- ¿Y?
- ¿Y entonces por qué les estás dando de comer? – Pregunté atónito
- Están hambrientos. ¿Necesito cualquier otro motivo más que ese?
- Creo que no… Pero ¿por qué galletas?
- Porque ellos son los únicos que se las comerían…
- ¿Qué?
- Lo siento, me tengo que ir ya a casa…
Ella le dio al gatito una última caricia cariñosa en la cabeza antes de irse. Ni siquiera me dijo adiós, no estoy seguro si me ofendió o no, pero creo que realmente eso no importa. Los gatitos comenzaron a pulular a mi alrededor, entonces me arrodillé para hacerles algunas fotos. Empezó a oscurecer y decidí volver a casa.
No sé porque pero al día siguiente volví al parque. Me estaba convenciendo a mi mismo que era solamente para fotografiar, a pesar de que no hice fotos muy buenas ayer, pero… estoy seguro de que me estoy engañando a mi mismo.
- Ah, ¡volviste! – me sonrió la chica.
- Sólo quería echar un par de fotos.
- Me apartaré para dejarte hacerlas, entonces.
Hice unos cuantos disparos, pero mi mirada se desviaba hacia donde estaba la chica. Después de cada foto, echaba un vistazo y contemplaba como los gatos maullaban a su lado. Me acerqué a ella.
- ¿Qué les estás dando hoy?
- Mm, creo que se les podría llamar donuts. – Giró la cabeza pensativa.
- ¿Los has hecho tú también?
- ¡Claro! Esta mañana, antes de ir a clase. Me tuve que levantar bastante temprano para hacerlos. – Me respondió orgullosa.
- ¿Por qué? – Pregunté extrañado.
- Bueno, los donuts necesitan bastante tiempo para crecer en el horno…
- No es eso a lo que me refiero.
- ¿Entonces a qué?
- ¿Por qué trabajar tan duro para hacer comida para un puñado de gatos? – Realmente no comprendía el comportamiento de aquella chica, yo nunca madrugaría tanto para hacer aquel absurdo.
- Te lo dije. Es porque ellos se lo comen.
- …
- Siempre he amado cocinar, ya sabes. Lo mejor de ello es poder compartirlo con otros. Hubo un tiempo en el que quería tener mi propia pastelería – suspiró nostálgica.
- ¿Y entonces…?
- El año pasado, para un proyecto de una asignatura, hice unos muffins para toda la clase. Me desperté muy temprano para que estuvieran recién hechos, y los elaboré con los mejores ingredientes que me pude permitir. Quería que fueran algo especial. Pero… a nadie les gustó. Muchas chicas ni siquiera los probaron porque decían que estaban a dieta. Me puse contenta al ver que unos chicos cogían un par, pero después de probarlos, se los empezaron a tirar unos a otros. Incluso les ofrecí a los profesores, quienes parecían apreciarlos. Pero al final del día, encontré los muffins tirados en la basura…
- Bueno. La gente nunca aprecia las cosas que debería apreciar. Trabajar tan duro para ellos es una pérdida de tiempo. – dije encogiéndome de hombros.
- Tal vez… Ese día, después del colegio, vine aquí. Quería llorar, pero estos pequeños vinieron y me animaron – exclamó con una tímida sonrisa – Les di el resto de muffins, y ellos se los comieron sin dudarlo. Desde entonces, les he traído algo distinto cada día. Es una manera de decir “gracias”.
- ¿”Gracias” por qué?
- Por estar felices de comer mi comida.
- ¿…?
- Lo que más me gusta es ver a la gente alegre por comer lo que cocino. Quiero animar a la gente y hacer de este mundo un lugar mejor.
- Eso es estúpido. – Me limité a decir.
- ¿Estúpido? – preguntó entrecerrando sus ojos marrones, molesta.
- Animar y hacer feliz a la gente es inútil e innecesario. Aunque les animes un rato, después vuelven a deprimirse otra vez de todas formas. La felicidad no existe en realidad. Además, ellos van a morir después de todo.
- ¿Verdaderamente piensas eso? – Preguntó asombrada.
- Um… Sí.
- Ya veo – dijo apartando la mirada -. Eso es terriblemente nihilista por tu parte.
- No me digas ahora que te vas a poner filósofa…
- No. Bueno, me voy ir yendo ya. Mi nombre es Ela, ¿y tú eres…?
- Koda…
- Bueno, pues te veo mañana, Koda.
- No cuentes con ello. – refunfuñé.
- Claro – afirmó guiñándome un ojo. Después me sonrió y se fue.
De nuevo, los gatos volvieron su atención sobre mi, pero no les hice ninguna foto esta vez. Ese lugar volvía a ser aburrido y demasiado oscuro. A pesar de no haber tomado muchas fotos, me negué a volver otra vez por allí.
Pero, de algún modo…
- ¡Hola, Koda!
- …
- Has venido aquí de nuevo sólo para hacer fotos, ¿no? – dijo burlona.
- Sí. Las que revelé ayer no eran muy buenas…
- ¿Tú revelas tus propias fotos? – Me preguntó admirada. Parecía sinceramente sorprendida y por alguna razón me sentí triunfante.
- Las fotos digitales son demasiado fáciles. No tiene nada de divertido. Te hace descuidado y poco riguroso, porque puedes permitirte tener fallos y repetir la foto mil veces.
- Comprendo… Ah, toma. Esto es para ti. – Me tendió una pequeña bolsa de plástico atada con una cinta.
- ¿Qué es esto?
- Cookies. Querías algunas, ¿no?
- ¿Qué te hizo pensar eso…?
- Volviste, ¿no es así? – dijo sacando la lengua divertida.
Con un suspiro, abrí el paquete. Entonces me saludó un suave y dulce aroma a canela y chocolate. Probé un bocado de una de las galletas. Estaba bastante buena. Por un momento me pregunté si a alguien le disgustaría lo que cocinaba esta chica… Pero creo que esa es la naturaleza de la gente.
- Lo siento… - susurró y bajó la mirada.
- ¿Por?
- No estás sonriendo. No deben estar muy buenas…
- No es eso, estoy simplemente un poco enfadado con la gente que no aprecia tu talento culinario.
- No deberías, ¡si piensas que sabe bien entonces sonríe!
- ¿Por qué estás intentando todo el rato que sonría? – resoplé.
- No pareces una persona feliz – me respondió. Su honestidad se clavó como una flecha en mi corazón.
- Eso no es de tu incumbencia – le corté.
- Lo es si vienes aquí todos los días para verme – contestó con una media sonrisa dibujada en su rostro.
- Nunca he dicho que venga aquí para verte.
- No tienes porqué decirlo.
- Por otra parte, eso no importa. Estaré deprimido mañana otra vez de todas maneras.
- Entonces te traeré más cookies mañana – replicó mirándome a los ojos.
- ¿Realmente quieres tanto verme sonreír?
- Me gusta ver a todo el mundo sonreír.
- Huh. Otro sueño imposible. – suspiré cansado – Esto es por lo que odio a la gente tanto.
- ¿No te gusta la gente? – preguntó Ela consternada.
- Por supuesto que no. Ellos siempre arruinan todo.
- ¿Cómo que?
- Ellos siempre se cuelan en fotos cuando no quiero que lo hagan, o se obsesionan por cómo se ven, como si verdaderamente eso marcara la diferencia o importara. ¡No puedo soportarlo! Hablan y hablan sin tener ni idea de lo que dicen. Son tan molestos…
- ¿Yo… soy molesta? – preguntó con ojos tristes.
- Uh… - titubee un momento. La gente optimista como Ela siempre me había cabreado. Pero había algo extraño en ella, algo diferente, no sé si era su sencilla y directa honestidad la que me comenzaba a parecer estimulante, y cómo no, interesante. – No lo sé – Dije por fin.
Después de un pequeño silencio, Ela se giró hacia los gatitos, acariciándoles suavemente la cabeza.
- Entiendo. – dijo por fin.
- No es que seas molesta ni nada de eso, es sólo que… - comencé a decir nervioso. Me esforcé por encontrar la manera de expresar mis sentimientos. – No me gusta la gente que dice que puede cambiar el mundo.
- ¿Por qué no?
- ¡Por qué es estúpido! La vida de una persona no significa nada, es tan solo una gota de agua en un cubo, después de todo.
- Tú realmente no crees eso – me escrutó con su intensa mirada.
- ¡Sí lo creo! – repliqué enfadado, intentando convencerla. – Es mejor que creer que ciertamente puedo cambiar cualquier cosa.
- Entonces, ¿por qué estas aquí?
- ¿Qu-qué?
- Tú quieres creer eso, pero en realidad sólo tienes miedo. Tienes miedo de no poder marcar la diferencia, por eso no lo intentas.
- Eso no es lo que… - comencé a decir, pero no podía replicarle porque no me salían las palabras para negar lo que había dicho.
- Koda…
- ¿Si…?
- Aunque mi vida sea tan solo una solitaria gotita de agua, cada gota es capaz de hacer ondas, incluso en un gran océano – afirmó con esa media sonrisa suya.
Entonces, se fue antes de que pudiera responder. Tampoco tenía ninguna respuesta que darle. Normalmente, me enfadaría si alguien intenta venderme una de esas frases de inspiración… Pero esta vez es diferente. Ella no está intentando venderme nada. Es realmente lo que ella cree. Ela es tan alegre y segura, pero no hay nada de ella que me desespere o me frustre. Ella cree que puede cambiar el mundo con cookies y una sonrisa. Honestamente, no sé si ella puede o no. Pero sé que ella se las ha arreglado para cambiarme a mi.
El sol se está poniendo. Y mientras se esconde, mi cámara lo fotografía. Me pregunto si me traerá las galletas mañana. Tal vez debería traerle algo para ella también. Tal vez le pregunte si puedo tomarle una foto.
Esto es sólo la primera gota…
Pero, de algún modo…
- ¡Hola, Koda!
- …
- Has venido aquí de nuevo sólo para hacer fotos, ¿no? – dijo burlona.
- Sí. Las que revelé ayer no eran muy buenas…
- ¿Tú revelas tus propias fotos? – Me preguntó admirada. Parecía sinceramente sorprendida y por alguna razón me sentí triunfante.
- Las fotos digitales son demasiado fáciles. No tiene nada de divertido. Te hace descuidado y poco riguroso, porque puedes permitirte tener fallos y repetir la foto mil veces.
- Comprendo… Ah, toma. Esto es para ti. – Me tendió una pequeña bolsa de plástico atada con una cinta.
- ¿Qué es esto?
- Cookies. Querías algunas, ¿no?
- ¿Qué te hizo pensar eso…?
- Volviste, ¿no es así? – dijo sacando la lengua divertida.
Con un suspiro, abrí el paquete. Entonces me saludó un suave y dulce aroma a canela y chocolate. Probé un bocado de una de las galletas. Estaba bastante buena. Por un momento me pregunté si a alguien le disgustaría lo que cocinaba esta chica… Pero creo que esa es la naturaleza de la gente.
- Lo siento… - susurró y bajó la mirada.
- ¿Por?
- No estás sonriendo. No deben estar muy buenas…
- No es eso, estoy simplemente un poco enfadado con la gente que no aprecia tu talento culinario.
- No deberías, ¡si piensas que sabe bien entonces sonríe!
- ¿Por qué estás intentando todo el rato que sonría? – resoplé.
- No pareces una persona feliz – me respondió. Su honestidad se clavó como una flecha en mi corazón.
- Eso no es de tu incumbencia – le corté.
- Lo es si vienes aquí todos los días para verme – contestó con una media sonrisa dibujada en su rostro.
- Nunca he dicho que venga aquí para verte.
- No tienes porqué decirlo.
- Por otra parte, eso no importa. Estaré deprimido mañana otra vez de todas maneras.
- Entonces te traeré más cookies mañana – replicó mirándome a los ojos.
- ¿Realmente quieres tanto verme sonreír?
- Me gusta ver a todo el mundo sonreír.
- Huh. Otro sueño imposible. – suspiré cansado – Esto es por lo que odio a la gente tanto.
- ¿No te gusta la gente? – preguntó Ela consternada.
- Por supuesto que no. Ellos siempre arruinan todo.
- ¿Cómo que?
- Ellos siempre se cuelan en fotos cuando no quiero que lo hagan, o se obsesionan por cómo se ven, como si verdaderamente eso marcara la diferencia o importara. ¡No puedo soportarlo! Hablan y hablan sin tener ni idea de lo que dicen. Son tan molestos…
- ¿Yo… soy molesta? – preguntó con ojos tristes.
- Uh… - titubee un momento. La gente optimista como Ela siempre me había cabreado. Pero había algo extraño en ella, algo diferente, no sé si era su sencilla y directa honestidad la que me comenzaba a parecer estimulante, y cómo no, interesante. – No lo sé – Dije por fin.
Después de un pequeño silencio, Ela se giró hacia los gatitos, acariciándoles suavemente la cabeza.
- Entiendo. – dijo por fin.
- No es que seas molesta ni nada de eso, es sólo que… - comencé a decir nervioso. Me esforcé por encontrar la manera de expresar mis sentimientos. – No me gusta la gente que dice que puede cambiar el mundo.
- ¿Por qué no?
- ¡Por qué es estúpido! La vida de una persona no significa nada, es tan solo una gota de agua en un cubo, después de todo.
- Tú realmente no crees eso – me escrutó con su intensa mirada.
- ¡Sí lo creo! – repliqué enfadado, intentando convencerla. – Es mejor que creer que ciertamente puedo cambiar cualquier cosa.
- Entonces, ¿por qué estas aquí?
- ¿Qu-qué?
- Tú quieres creer eso, pero en realidad sólo tienes miedo. Tienes miedo de no poder marcar la diferencia, por eso no lo intentas.
- Eso no es lo que… - comencé a decir, pero no podía replicarle porque no me salían las palabras para negar lo que había dicho.
- Koda…
- ¿Si…?
- Aunque mi vida sea tan solo una solitaria gotita de agua, cada gota es capaz de hacer ondas, incluso en un gran océano – afirmó con esa media sonrisa suya.
Entonces, se fue antes de que pudiera responder. Tampoco tenía ninguna respuesta que darle. Normalmente, me enfadaría si alguien intenta venderme una de esas frases de inspiración… Pero esta vez es diferente. Ella no está intentando venderme nada. Es realmente lo que ella cree. Ela es tan alegre y segura, pero no hay nada de ella que me desespere o me frustre. Ella cree que puede cambiar el mundo con cookies y una sonrisa. Honestamente, no sé si ella puede o no. Pero sé que ella se las ha arreglado para cambiarme a mi.
El sol se está poniendo. Y mientras se esconde, mi cámara lo fotografía. Me pregunto si me traerá las galletas mañana. Tal vez debería traerle algo para ella también. Tal vez le pregunte si puedo tomarle una foto.
Esto es sólo la primera gota…
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