Su silencio me conmovía. Su extraña sonrisa me
inquietaba. No dejaba de divagar por sus pensamientos mientras miraba a un
punto fijo del suelo que yo no podía distinguir, pues parecía estar muy lejos
de allí, más allá de las oscuras y centelleantes baldosas de mármol. Sus alas
seguían inmóviles pero parecían querer volar con el más leve soplo de viento
sobre sus desordenadas plumas blanquecinas, que parecían brillar de vez en
cuando en la semioscuridad de la sala. Mis manos temblaban en silencio, no se
atrevían a tocarle para calmar su impotencia y mis labios no articulaban
palabra para no romper el silencio que nos envolvía, ya que parecía proceder de
la indecisión, la cual estaba presente en el corazón del ángel que acababa de aparecer en mi vida, como quien cae del
cielo. Mi mirada, impasible, contemplaba como su respiración se volvía cada vez
más tenue, sin vida... Su sonrisa triste se disolvía por momentos y no pudo
reprimir un suspiro. Era un suspiro lleno de puro dolor.
Yo aún no sabía qué hacer. Nunca he sabido que
hacer en esos casos. Es complicado sentir un dolor que nunca se ha
experimentado. Es difícil encontrar las palabras para apaciguar el dolor de una
pérdida. Y es más arduo aún saber qué decirle a un ángel que ha perdido a su
elegida. Pues él es mi ángel de la guarda. Y mi espíritu está junto a él y
nunca le olvidará.
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